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El mundo de Harry Potter le pertenece a J.K Rowlling, nosotr@s somos simplemente unas fans de la saga reproduciendo su mundo. El foro no es con fines de lucro.
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Algunos solo queremos ver el mundo arder...
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Algunos solo queremos ver el mundo arder...
Rebecca recordaba que en su primer año había llegado de último al tradicional paseo en bote que la llevaría al castillo. Cuando niña nunca se había sentido cómoda rodeada de otros de su edad, eso ya lo había demostrado en su casa. Así que cuando le tocó cambiarse a su túnica, salió del vagón que compartía con las otras niñas que entrarían en primero con ella y fue en búsqueda de un lugar más privado. Durante su trayecto se dio cuenta que la labor sería casi imposible, todos los sitios estaban llenos a reventar. En el proceso le había pasado por el lado a un prefecto de Slytherin, un chico rubio y de facciones afiladas, que hablaba en voz baja pero que hacia ademanes de soberbia. El chico estaba rodeado por un grupo que escuchaba en asombro y estupida reverencia. Rebecca reconoció al rubio como el hijo de Lucius Malfoy.
Los ojos grises del prefecto de Slytherin se posaron en ella. –Eh, niña. Estos son los vagones para los estudiantes de sexto curso. Si no quieres un castigo antes de llegar a Hogwarts, ve a buscar otro sitio para cambiarte.- Rebecca entornó sus ojos y apretó su uniforme contra su pecho. Draco le hablaba como si no supiera su nombre cuando ya ambos estaban cansados de verse en eventos sociales. El grupito que lo rodeaba dejaron escapar sonoras carcajadas.
-Claro.- Dijo, tratando de mantener la paciencia y le dio la espalda para retirarse vagón abajo. Tuvo ganas de decirle que de seguro había suficiente lugar en la celda de su padre en Azkaban, pero Rebecca no era tonta. Draco se encontraba en sexto, ya con varios hechizos (y probablemente maldiciones también) bajo su dominio y ella apenas iba a comenzar.
Ya casi en lo último del trem encontró un sitio donde podía cambiarse en privado.
Mientras se abotonaba la camisa escuchó el anuncio de que había llegado a su destino. Rebecca maldijo por lo bajo y continuó con su labor lo más rápido posible, dejando a un lado el pensamiento que ocupaba la mente de todo niño de primer curso: Cuál sería su Casa.
Para cuando salió los pasillos del tren se encontraban desolados, así que corrió lo más que pudo los estrechos caminos entre los asientos, llegando al sitio donde había visto a Malfoy y sus amigos y tropezándose en el proceso. La castaña quedó enredada en sus túnicas y las maldiciones no dejaban de brotar de sus labios. Definitivamente no era su día.
Con la mirada buscó con lo que se había tropezado porque a primera vista el camino había estado despejado. En sus pies encontró una cabeza con cabello negro que no había visto antes y que la terminó asustando de sobremanera. Como reacción le pegó con el pie para apartarla de sí mientras se arrastraba al lado contrario. La cabeza no se movió.
Ya luego de unos segundos de calma pudo reconocer que no era una cabeza, sino una persona cubierta por una capa que lo hacía invisible. Y no era cualquier persona. El rostro tenía sangre en la nariz, el cabello estaba completamente despeinado y los lentes torcidos. Pero podía reconocer la apariencia del Niño que Vivió en cualquier lugar. La cicatriz lo delataba a millas. Rebecca se preguntó qué estaba haciendo ahí tirado, inmóvil como un pedazo de leña. No tardó mucho en sacar los cálculos para deducir que el gran Harry Potter había sido víctima de una broma y que estaba petrificado.
Los ojos color esmeralda del muchacho, la única parte de su cuerpo que lucía con vida, la miraban con urgencia. En respuesta Becca alzó una ceja y se puso de pie. Miró a un lado, luego al otro.
El vagón estaba completamente vacío.
La niña volvió a posar su mirada en Potter. Con cuidado y en silencio se le acercó, palpó con su mano y sintió el material de la capa que se le había arremolinado en el cuello y lo extendió nuevamente por su cabeza para volverlo completamente invisible una vez más.
Ciertamente no era su travesura, no tenía por qué asegurar su curso. Pero Potter tampoco era su amigo, y por lo tanto no tenía el deber de ayudarlo. Si en verdad era tan fantástico como decían los rumores, podía salvarse por su cuenta.
Rebecca lo dejó sólo e invisible en el vagón, y se marchó con la misma prisa que había llevado unos momentos antes. No quería llegar tarde a la bienvenida de la escuela, como tampoco quería perderse el impacto que la noticia sobre la misteriosa ausencia del gran Potter pudiera causar.
Los ojos grises del prefecto de Slytherin se posaron en ella. –Eh, niña. Estos son los vagones para los estudiantes de sexto curso. Si no quieres un castigo antes de llegar a Hogwarts, ve a buscar otro sitio para cambiarte.- Rebecca entornó sus ojos y apretó su uniforme contra su pecho. Draco le hablaba como si no supiera su nombre cuando ya ambos estaban cansados de verse en eventos sociales. El grupito que lo rodeaba dejaron escapar sonoras carcajadas.
-Claro.- Dijo, tratando de mantener la paciencia y le dio la espalda para retirarse vagón abajo. Tuvo ganas de decirle que de seguro había suficiente lugar en la celda de su padre en Azkaban, pero Rebecca no era tonta. Draco se encontraba en sexto, ya con varios hechizos (y probablemente maldiciones también) bajo su dominio y ella apenas iba a comenzar.
Ya casi en lo último del trem encontró un sitio donde podía cambiarse en privado.
Mientras se abotonaba la camisa escuchó el anuncio de que había llegado a su destino. Rebecca maldijo por lo bajo y continuó con su labor lo más rápido posible, dejando a un lado el pensamiento que ocupaba la mente de todo niño de primer curso: Cuál sería su Casa.
Para cuando salió los pasillos del tren se encontraban desolados, así que corrió lo más que pudo los estrechos caminos entre los asientos, llegando al sitio donde había visto a Malfoy y sus amigos y tropezándose en el proceso. La castaña quedó enredada en sus túnicas y las maldiciones no dejaban de brotar de sus labios. Definitivamente no era su día.
Con la mirada buscó con lo que se había tropezado porque a primera vista el camino había estado despejado. En sus pies encontró una cabeza con cabello negro que no había visto antes y que la terminó asustando de sobremanera. Como reacción le pegó con el pie para apartarla de sí mientras se arrastraba al lado contrario. La cabeza no se movió.
Ya luego de unos segundos de calma pudo reconocer que no era una cabeza, sino una persona cubierta por una capa que lo hacía invisible. Y no era cualquier persona. El rostro tenía sangre en la nariz, el cabello estaba completamente despeinado y los lentes torcidos. Pero podía reconocer la apariencia del Niño que Vivió en cualquier lugar. La cicatriz lo delataba a millas. Rebecca se preguntó qué estaba haciendo ahí tirado, inmóvil como un pedazo de leña. No tardó mucho en sacar los cálculos para deducir que el gran Harry Potter había sido víctima de una broma y que estaba petrificado.
Los ojos color esmeralda del muchacho, la única parte de su cuerpo que lucía con vida, la miraban con urgencia. En respuesta Becca alzó una ceja y se puso de pie. Miró a un lado, luego al otro.
El vagón estaba completamente vacío.
La niña volvió a posar su mirada en Potter. Con cuidado y en silencio se le acercó, palpó con su mano y sintió el material de la capa que se le había arremolinado en el cuello y lo extendió nuevamente por su cabeza para volverlo completamente invisible una vez más.
Ciertamente no era su travesura, no tenía por qué asegurar su curso. Pero Potter tampoco era su amigo, y por lo tanto no tenía el deber de ayudarlo. Si en verdad era tan fantástico como decían los rumores, podía salvarse por su cuenta.
Rebecca lo dejó sólo e invisible en el vagón, y se marchó con la misma prisa que había llevado unos momentos antes. No quería llegar tarde a la bienvenida de la escuela, como tampoco quería perderse el impacto que la noticia sobre la misteriosa ausencia del gran Potter pudiera causar.
Rebecca Warwick- Slytherin
- Mensajes : 135
Fecha de inscripción : 08/02/2012
Empleo /Ocio : 7mo Curso
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