Inmortalidad.

Cada vida hace su propia imitación de la inmortalidad. Cada inmortalidad es única, subjetiva, diferente, y especial. Johan acababa ver el más claro ejemplo, o al menos, supo que sucedió en aquel mismo lugar donde por dos años había tomado clases. El señor oscuro, Voldemort, había sido derrotado. La esperanza había vuelto al mundo mágico cuando el niño que vivió apareció dentro del castillo. Alguien dijo alguna vez que la esperanza era buena, y las cosas buenas nunca morían, pero él vio a tantos chicos renunciar a esta que ya no estaba del todo seguro. El año había terminado, lo ideal fue volver a casa, pero a Johan nadie le esperaba en la estación. No podía decir que estuviera aliviado de terminar con aquel infierno, pero tampoco podía quejarse. Al menos él no había vivido la peor parte de todo, lo único que le quedaba era subirse al tren con el resto y mirar desde lejos las ruinas del castillo.

Inmortalidad…

Voldemort había cumplido lo que más quería. La muerte era apenas el comienzo de una inmortalidad, al menos, de la clase más realista. Todos le recordarían, y mientras viviera en los recuerdos de cada mago dentro de Reino Unido, él no perecería. Su nombre sería leyenda, lo quisiera el resto del mundo o no. Johan se preguntaba si el mago más terrible jamás visto en todos sus tiempos se sentiría satisfecho al darse cuenta de que su nombre infundiría temor durante muchas generaciones más.

El chico miró sus zapatos y continuó caminando, mirando el suelo que pisaba. Triste, gris… aún con la derrota del villano el aire seguía siendo pesado. La gente lloraba sus muertos y Johan sólo se concentraba en una cosa. "La clave de la inmortalidad es vivir una vida que simplemente valga la pena recordar, algo interesante que en el futuro se pueda contar…” pensó el chico mientras subía al tren, sin mirar hacia el castillo. “quiero que mi vida sea esa historia, que al escuchar mi nombre no piensen en el chico de origen muggle… quiero que piensen en poder, en logros, en triunfos más grandes que los de Harry Potter…” se repetía mientras ignoraba a sus amigos. Gael le miró confundido, sabiendo que en ese momento Johan maquinaba algo en su joven cabeza.

Pero el chico apenas prestaba verdadera atención. Todo había sido extraño, como una mancha difusa; ser evacuado con el resto… el ruido proveniente desde el castillo… las noticias de la caída... y ahora muchos de sus compañeros estaban heridos. De pronto lo recordó; Johan la buscó con la mirada, a la chica escuálida y pequeña que había visto separarse del grupo por un fugaz momento. Con resultados infructuosos, se resignó y se adentró finalmente al tren, donde ocupó un lugar junto a la ventana. Taciturno miraba al resto de la gente, los sobrevientes.

El año siguiente se enteraría que la niña se llamaba Sara, y que aunque había sobrevivido, se había vuelto licana. Un hecho menor que en el futuro cobraría relevancia en la vida del chico, y que ahora no era más que un trazo al carbón de lo que le deparaba el futuro.